Las cifras de paro registradas en el mes de enero suponen un mazazo no sólo a efectos estadísticos sino también sobre la economía real y, a simple vista, no sólo provienen de la desaceleración inmobiliaria sino que trasladan sus efectos al sector servicios. La calidad del empleo en la construcción tiende a ser muy baja y dominada por contratos denominados por obra y servicio aunque muchos de ellos se encadenen escondiendo en realidad una vinculación fija. En cuanto no hay obras que atender tampoco hay contrataciones.
Asimismo, el nivel de cualificación en este sector tampoco invita a pensar en una rápida reabsorción de la mano de obra excedentaria. Estas claves inclinan a pensar en que tardará en recuperarse el nivel de ocupación aún más cuando los sectores y actividades que proporcionan mayor valor añadido tampoco reaccionan a corto plazo.
Ante esta situación cabe la búsqueda de soluciones más que los mensajes apocalípticos así como meditar sobre la conveniencia de determinadas rebajas impositivas. A menudo se contraponen las políticas de reducción fiscal con las de impulso económico desde el sector público cuando en realidad deberían ser complementarias.
A estas alturas y con poco margen de maniobra deberían ponerse en cuarentena las ofertas realizadas puesto que los desempleados actuales y futuros, que los habrá, necesitarán cobertura social que sólo es capaz de proporcionar el sector público.
Y ponerse también manos a la obra con el mercado de trabajo y su reforma pendiente. Pero sí que pediría que no se recurra a lo mismo de siempre, abaratar el despido, y que en cambio se activara un bien cada vez menos abundante: la imaginación.