Un efecto secundario (uno de sus muchos efectos secundarios) de la crisis es que los gurus están sueltos, y hablan, y no miden sus palabras, y no tenemos forma de callarlos.
Si hace un año aún se escuchaba a los gurus de los mercados no regulados (los mismos que aconsejaron meterse de cabeza en toda burbuja a la vista, como si ignorasen la esencia de la palabra «burbuja»), ahora tenemos que escuchar a su contrapartida, a los que nadie escucho (aunque les daban algún Nobel como premio de consuelo): los Apocalípticos.
Y, entre ellos, Krugman es el que más fuerte clama.
No sólo ha dicho que la crisis estadounidense no tiene para cuando acabar, y que el Yes, we can es inocente e inútil. Ahora, además, se pasea por España y da cátedra. El problema es que se trata de esos médicos que vienen y le dicen al enfermo terminal: «Usted se va a morir, ¿sabe?».
Para Krugman, el panorama de la economía española es «aterrador», las políticas económicas europeas «insuficientes», y juzga que la comunidad hace rato que se ha quedado «sin munición para hacer frente a la crisis«.
Extrañamente, y sin menospreciar el Nobel y doctorados de Krugman, eso ya lo sabíamos (aunque la prensa haga como que no y repita sus titubeantes y vagas palabras como verdades absolutas).
Sin embargo, Krugman no se ha quedado en la mera superficie y nos ha dado la receta para resolver la crisis: innovación.
Pidió a Zapatero ser más innovador, pidió a Trichet ser más innovador, pidió a la banca ser más innovadora.
Hombre, ahora nos sentimos mejor.
Lo extraño es que en algún punto de su ungimiento mediático en España, Krugman reconoció dos cosas. La primera es que el origen de la crisis mundial, en efecto, es una consecuencia de «un exceso de optimismo» en el mercado estadounidense.
La segunda es que nunca ha existido un pueblo más «innovador» que el de los Estados Unidos.
Ah, ya. ¿Será que el exceso de innovación es malo?
Fuente | Expansión