Un sádico disfrazado de médico, no sé su nombre, inventó los electroshocks como «remedio» de las enfermedades mentales. Seguramente supuso un avance increíble respecto a la trepanación pero no dejaba de ser una barbaridad. Hoy día, a base de titulares y sensacionalismo, vivimos a shocks, a golpes, en los que el miedo es la energía prima fundamental.
Si la fortaleza de la bolsa en 2009, con subidas de hasta un 40%, cuando peor pintaba la crisis no significaba el fin de los males, ¿por qué un mal día de los inversores debe preocuparnos o ser el signo de la catástrofe?
No encuentro la explicación salvo porque parece que nos hemos instalado en la época del calambrazo. Lo bueno es que las descargas cada vez se repiten con menor frecuencia y uno se acostumbra a todo. Hasta a lo malo.