El esfuerzo inversor que tuvo que realizar España, los españoles para que nos vamos a engañar, para ponerse al día en cuanto a infraestructuras comenzó allá por inicio de los 80 del siglo pasado como elemento indispensable para modernizar un país atrasado en lo político, económico y social. Hay que recordar que por aquel entonces no había trenes de alta velocidad ni autovías, apenas alguna autopista de peaje. Y nos pusimos mano a la obra como era necesario.
Ha pasado el tiempo y las inversiones continúan, siendo el ferrocarril de alta velocidad la estrella de las mismas. El presidente del gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, ha anunciado las próximas inauguraciones concentradas en el final de año (21 de diciembre a Barcelona, 22 a Valladolid y 23 a Málaga) con la previsión de que en tres años España será el país del mundo con más kilómetros de esta modalidad ferroviaria (y el primero europeo en cuanto a kilometraje de autovías como añadidura).
Son, ante todo, magníficas noticias que nos colocan en la vanguardia mundial y demuestran el salto de calidad que estamos dando. No perdamos de vista que esta es una opción, principalmente política, que se ha elegido aunque existían otras alternativas como la adaptación de la red para soportar más velocidad, electrificar y modenizar toda la malla viaria o soluciones mixtas. Cualquiera de ellas podrían servir en principio pero debe valorarse el factor clave que no es otro que el mantenimiento, que debe ser sostenido a lo largo del tiempo y que tiene, sin embargo, poco brillo político que requerirá también importantes inversiones en un futuro no muy lejano.
Seguramente serían más eficientes a corto y medio plazo las posibilidades más generales y menos espectaculares ya que mientras el AVE avanza hay, sin embargo, algunas comunidades como Murcia que no tienen ni un solo kilómetro de vía electrificada.
Y aquí es donde enlazamos con un aspecto importante que sí aportará la Alta Velocidad al estilo español y es la cohesión territorial. En un país donde casi cada pueblo quiere tener estación de tren, autovía y financiación propia, los proyectos de conjunto tienden a calmar tensiones y unen, por interés, a territorios muy diferentes y centrífugos.
Es el peaje que toca pagar.
Vía: El País.