La mano invisible del mercado

mano.jpgLa mano invisible del mercado venía definida, más o menos, por Adam Smith en el siglo XVIII para describir el efecto positivo global que en situación de mercado suelen tener los comportamientos individuales. La iniciativa de un actor económico redunda en beneficio de la mayoría porque permite abrir nuevos mercados, o bien los crea, produce un innovación o mejora las condiciones de productividad.

El propio economista británico asumía que no siempre se daba de esta manera, por eso decía que se daba a menudo, intuyendo con certeza que a veces las acciones de un individuo acarrean consecuencias negativas para la colectividad. Por ejemplo, supongamos un grupo de personas que hacen cola para comprar el pan o una entrada para el fútbol. Si uno de ellos decide individualmente saltarse su turno producirá el enfado de los demás que pensaran en hacer lo mismo con lo que un sistema razonable, como puede ser la cola, acabará en caos.

Esos economistas clásicos de hace más de dos siglos no había definido lo que hoy conocemos como externalidad, es decir, el efecto que para terceros tienen nuestras decisiones individuales y que pueden beneficiar, externalidades positivas, o bien perjudicar, externalidades negativas. Dada la existencia de estas externalidades llegamos a la conclusión de que no es factible dejar al mercado fluctuar libremente sin normas que premien o castiguen cuando no que limiten o eviten con antelación que el comportamiento individual se aparte de la búsqueda del bien común a través del beneficio individual.

Han desregulado, liberalizado y dejado de controlar a los operadores sin prever las consecuencias o confiando en la buena voluntad de unos ejecutivos que perciben salarios en función de sus resultados particulares, los de sus compañías. El sistema se ha podrido desde la raíz. Creyeron en Adam Smith pero no del todo, no le escucharon globalmente.

A menudo no es lo mismo que siempre.

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