La avaricia rompe el saco, dice el refrán, y no tenerlo en cuenta conlleva apreciaciones equivocadas o desviadas cuando se deben tomar decisiones. Pensar que todos los mercados se autoregulan o que las consecuencias de su mal funcionamiento se compensan suele ser el primer error de quien no tuvo en cuenta la avaricia como motor de las ambiciones humanas, lo que en economía se llama incentivos.
Con leer a Roberto Saviano en Gomorra uno se da cuenta de la manera en la que las empresas externalizan servicios de gestión de residuos pasándolo a manos de organizaciones clandestinas que hacen desaparecer los restos en cualquier sitio: mares o campos. Dice este autor que el maremoto de 2004 causó gran pesar a capos camorristas porque el ataque del mar dejó al descubierto cientos de contenedores con residuos peligrosos en costas asiáticas y africanas afectadas.
Poco a poco, sin embargo, y gracias al cine y a algún tocapelotas como Michael Moore (pese a ser demagogo o lo que quieran decirle) se conocen los despropósitos vitales (que afectan a la vida humana, por si no se entiende) que las actuaciones de las grandes corporaciones y por extensión alguna más, están causando a los más débiles.
Así se muestra, parece ser, en Crude un documental sobre los efectos de la explotación salvaje del petróleo en la selva ecuatoriana y que le puede costar a la petrolera Chevron unos 27.000 millones de dólares. Y es que, en general, deberíamos tener en cuenta estos riesgos cuando se aboga con toda la tranquilidad por formas de energía y desarrollismo que atropella la salud. Mucho me temo que ni veremos el documental ni aprederemos de ello.
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