Triffin tenía razón: el dólar como moneda de reserva global nos ha llevado exactamente a donde advirtió

Una mirada crítica al sistema monetario global, el sacrificio de la clase media estadounidense y el legado profético del economista belga-estadounidense que vio venir la tormenta.

En los años 60, el economista Robert Triffin advirtió sobre una contradicción fundamental en el sistema monetario internacional que lleva su nombre: el dilema de Triffin. Según él, para que el dólar estadounidense pudiera funcionar como moneda de reserva global, Estados Unidos tendría que incurrir en déficits permanentes, emitiendo cada vez más dólares al resto del mundo. Pero esos mismos déficits, con el tiempo, erosionarían la confianza en la moneda. Una paradoja que se ha cumplido con una precisión escalofriante.

Hoy, más de medio siglo después, la economía global enfrenta las consecuencias directas de ese dilema. La dependencia del dólar como columna vertebral del sistema financiero internacional ha sido útil durante décadas, pero no sin un coste creciente. Ese coste —social, económico y geopolítico— se ha vuelto insostenible.

La estructura que sostuvo el sistema: sacrificio industrial y dependencia exterior

Durante décadas, EE.UU. mantuvo su rol hegemónico exportando dólares al mundo mientras importaba bienes, especialmente desde Asia. Para que el mundo aceptara esos dólares, era necesario que estos circularan. La solución fue clara: abrir el comercio, deslocalizar la producción y llenar las tiendas estadounidenses con productos fabricados en China, México, Vietnam…

A cambio, EE.UU. recibía productos baratos y tasas de interés artificialmente bajas, ya que los países que acumulaban dólares (por superávits comerciales) los reinvertían en bonos del Tesoro, alimentando una espiral de endeudamiento barato.

Este acuerdo implícito se sustentaba en un pacto político y económico no declarado: sacrificar la base industrial estadounidense, y con ello la estabilidad de su clase media, en aras del dominio global del dólar.

Las grietas del modelo: deuda, desigualdad y populismo

Pero como advirtió Triffin, un sistema basado en déficits crecientes tiene fecha de caducidad. No se puede:

  • Mantener déficits gemelos (fiscales y comerciales) indefinidamente.
  • Transferir empleos industriales al extranjero y esperar que no haya consecuencias sociales.
  • Acumular una deuda pública que ya roza los 34 billones de dólares, sin que los mercados y los ciudadanos comiencen a cuestionar su sostenibilidad.

El resultado está a la vista: desigualdad disparada, una clase media exprimida, dependencia exterior en bienes críticos como medicamentos o microchips, y un auge del populismo político —en ambos extremos del espectro— como reacción a décadas de desindustrialización y precariedad.

La respuesta de Washington: ¿dolor ahora para evitar un colapso mayor?

Por primera vez en generaciones, la administración estadounidense parece dispuesta a afrontar esta «pastilla amarga». La apuesta: reindustrializar América, incluso a costa de tensiones diplomáticas, guerras comerciales, o subidas de precios a corto plazo.

No es casualidad que muchas medidas —como los aranceles o los subsidios a la fabricación nacional— estén dirigidas al “corazón del país”, a esos votantes golpeados por la deslocalización, el estancamiento salarial y la erosión del empleo estable.

El mensaje parece claro: el dolor actual es el precio de intentar reconstruir un sistema roto. Un sistema que, como anticipó Triffin, nunca fue sostenible.

¿El final del dólar como moneda hegemónica?

A corto plazo, el dólar no tiene competidor real como moneda de reserva global. Pero los síntomas están ahí:

  • Más países exploran acuerdos bilaterales en monedas propias (China, Rusia, Brasil).
  • La confianza en los bonos del Tesoro, antaño incuestionables, se ha debilitado.
  • Y las tensiones geopolíticas han reabierto el debate sobre la multipolaridad monetaria.

El sistema actual, que durante décadas ofreció estabilidad global a cambio de desequilibrios internos crecientes en EE.UU., ya no aguanta más. El dilema de Triffin ha madurado. Y no hay escapatoria sin costes.

Robert Triffin lo vio venir. Y hoy, su advertencia resuena con más fuerza que nunca.

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