La epidemia de la peste porcina (o mexicana, si no queremos ofender a ciertas esferas israelís) no es tanto el fruto de la habitual mutación viral que las cepas de influenza como de un adelgazamiento de las políticas de salubridad pública.
El gobierno mexicano (una extraña mezcla de corporativismo y filosofía católica) tiene entre sus logros el de haber elevado al país norteamericano al lugar de la onceava economía mundial, pero a un enorme costo social: la cifras de paro y pobreza son engañosas (cualquier persona mayor de catorce año que haya trabajado un día al año es considerada trabajador activo), pero se estima que un 30% de la población está por debajo de la líneas de la pobreza.
Los gobiernos de derecha que sucedieron al partido único (PRI), que gobernó con mano dura durante casi todo el siglo XX, han trabajado en una ardua estrategia de privatización de las prestaciones habitualmente sociales, que alcanzó a la salubridad, destruyendo prácticamente al sistema sanitario y dejando en los últimos lugares de la región los montos destinados a la investigación científica.
De manera que el virus H1N1 se encontró con un caldo de cultivo ideal: una población desnutrida y mal informada, un sistema sanitario privatizado y caro, y una nula cultura científica que alcanza los altos mandos de la Salud mexicana: hasta hace algunos años, el Secretario (Ministro) de Salud mexicana era conocido por sus declaraciones en contra de la dotación gratuita de anticonceptivos (a su parecer promovían «la promiscuidad y el libertinaje»).
La crisis sanitaria se ha afrontado con medidas folclóricas (partidos de fútbol a estadio cerrado, prohibiciones de besarse en público que han alcanzado la grabación de los culebrones, repartos masivos de cubrebocas a cargo del ejército, desinfección de sumaria de los carritos del supermercado, el señalamiento de las corbatas como focos de infección) y un uso más bien creativo de las cifras: el gobierno mexicano se ufana de que de las 152 víctimas, sólo 7 murieron a cauda de la influenza porcina. Nadie parece interesado en descubrir a causa de qué murieron las otras 143.
El problema, claro, es que el virus sigue ahí: el de una economía sin humanidad.