Desde el Blog Salmón leemos un artículo que nos maravilla y asusta a partes iguales: una reflexión sobre los efectos económicos de la mendicidad. En particular, lo rentable que es ser limosnero en países del Tercer Mundo y cómo esa profesión impide la erradicación de la pobreza.
Luis Carlos, el autor, cuenta como en su visita a la India encontró un vínculo entre dos factores que parecen excluyentes: turismo y mendicidad. Entre más turística es una plaza, más limoneros posee. Cualquiera pensaría que los sin techo y los vagabundos son especies ajenas a los paraísos, pero lejos de ello parecen ser los empresarios más florecientes en sus localidades. Al punto de que la venta y alquiler de lugares para ejercer es también un negocio floreciente. Y no es para menos: un mendigo puede ganar más que un profesional. Según algunos cálculos, y sin grandes esfuerzos, una media de 2.400 dólares mensuales.
Algo que, sin embargo, no debería extrañar a nadie: con la destrucción de las plantas productivas locales en aras de monopolios, la población nativa de muchas ciudades del Tercer Mundo que durante generaciones se dedicó a oficios ligados a la tierra, como la pesca y la agricultura, queda excluída de la planta productiva y se ve obligada a la mendicidad que, en muchos casos, ya abarca varias generaciones, y establece sus propias mecánicas de control.
Además, el fenómeno de la mendicidad crea todo un sistema de ayudas y ONGs que por cuestiones de clientelismo y poder político requieren de una población de pobres para esparcir su poder y prestigio.
La Corte de Milagros de Victor Hugo no es una fantasía.
Fuente | Blog Salmón