Qué miedo da cuando se empieza a decir que tal o cual sector o actividad pública tiene un problema o debe ajustarse. Siempre es para mal, es decir, para recortar prestaciones, derechos y servicios. Y empieza a existir ese rumor de fondo en asuntos tan vitales como las pensiones o la sanidad. En el primer caso basta que cualquier analista interesado suelte un pronóstico a saber sobre qué base para que los titulares remuevan el río creando la turbidez de la que sacarán provecho los pescadores privados.
Y en breve irán a por la sanidad con el añadido de que al sector le han salido pústulas con muchos intereses creando un auténtico lobby que, encima, financiamos nosotros a base de derivaciones proporcionales en volumen al color pepeísta de la Comunidad Autónoma.
La sanidad española es ejemplar en cuanto a calidad y cobertura prácticamente universal siendo la envidia de muchos otros países que la han tenido como ejemplo como lo demuestra el ser líderes en la donación de órganos. Si se quiere mejorar se debe gestionar más adecuadamente y habría que inyectarle más fondos y no menos. Pero las sanitas de turno tiran mucho y están haciendo campaña.
Una forma de gestionar mejor la sanidad pública sería, por ejemplo, no derivar pacientes bajo pago público al sector privado ya que se les está financiando desde las cotizaciones de todos lo que demuestra la irrealidad de que sean buenas, bonitas y baratas. Sin estos dineros no serían viables, si no hubiera un sector público tendrían tantas colas o más y si los médicos no tuviesen el riñon cubierto con la plaza en el hospital público tampoco serían tan amables.
Nuestra sanidad es un orgullo que debería ser mejor valorada. Pero en el fondo somos un poquito idiotas y tiramos piedras contra nuestro propio tejado.
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