En un primer momento, Islandia disfrutó de las prebendas de la desregulación: paro del 1%, tipos de interés en torno al 15% que atraían a toda una gama de inversores extranjeros y activos de los bancos q2 veces por encima del PIB (una marca que solo Irlanda, otro ejemplo de la devastación liberal, ha rozado).
Y entonces, historia ya conocida, Lehman Brothers colapsó y el derroche de los ejecutivos bancarios quedó al descubierto: los gastos de representación, los préstamos concedidos a discreción, las sobrevaluaciones en la Bolsa y en el sector inmobiliario (no podía faltar)… Nada que nos suene conocido y a historia repetida. Islandia pasó de ser un país de pescadores a uno de banqueros. Un foco de inestabilidad que, a los ojos de los inversores extranjeros, era un paraíso de la oportunidad.
La caída de la banca (con pérdidas calculadas en 100.000 millones de dólares) significó, en unos cuantos días, la hiperinflación, la devaluación de la corona, el aumento del paro y la caída del PIB en más de un 15%. La riqueza del país se redujo. a la mitad.
Y todos los dedos señalaron a los bancos… y a los banqueros.
Fuente | El País