De la anécdota del café podemos deducir que muchas veces pesan más las anécdotas y los chascarrillos que lo importante. Preguntarle a un Presidente del Gobierno sobre el precio de tal o cuál cosa concreta me parece una frivolidad y una oportunidad perdida, para quien pregunta, de haber realizado una pregunta más interesante. Nos perdemos en lo superficial porque el ruido nos impide pensar con claridad.
El café está caro y sobre todo porque es muy malo por lo general. No debemos confundir coste con precio: una taza de buen producto colombiano puede ser muy barato aunque te cobren tres euros. Cuestión de satisfacción personal, por supuesto.
Y me refiero a la superficialidad porque mientras creemos que nos están sangrando con las tostadas matutinas, que también es cierto, existen un montón de «agujeros negros» por el que se cuela nuestro dinero de manera continua y, lo que es peor, oculta a los ojos de la opinión pública. Uno de estos sumideros son las televisiones de ámbito autonómico que, en muchos casos, no sólo cuestan a cada ciudadano entre 40 y 100 euros al año sino que además son de muy baja calidad y funcionan como un vehículo de propaganda política. Recursos desperdiciados, en suma.
Y estas cargas son reales y tienen el agravante de que, encima, no puedes prescindir de ellas aunque quieras, cosa que no ocurre con el cafelito de marras.
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