Cada cierto tiempo se repite el drama de una población que ve cerrada su principal fuente de empleo y riqueza debido a la «fuga» de una sociedad, generalmente multinacional, y ello reabre el debate sobre la deslocalización de empresas, servicios y producciones. Lo primero que hay que decir es que cualquiera puede comprender a las familias afectadas y la situación en la que se quedan, en muchos casos sin alternativas debido a que los políticos han vivido confiados con la sola la existencia de la fábrica pero sin tejido industrial alternativo.
Otro aspecto a considerar es que, en gran medida, este proceso de marcha de actividades a lugares con menores costes es inevitable en gran parte, aunque no del todo tampoco nos engañemos.
Y además que la deslocalización, como proceso global, no se detiene en la producción industrial, más proclive al ahorro de costes vía capital humano, es decir, con salarios más bajos, sino que también se está produciendo en otras secciones productivas de valor añadido como son los servicios. En este sentido ya hay informes que desvelan que España aún no ha dado el paso de importar actividades hasta ahora muy internalizadas como las administrativas o las de investigación.
Asimismo no hay que contemplar este proceso como un problema sino como una oportunidad ya que un país de nivel intermedio puede asumir a su vez tareas de externalización llamadas de proximidad, o sea, prestar servicios a las primeras potencias del mundo empezando por nuestros vecinos geográficos y económicos.
De nuevo se nos presenta la oportunidad de hacer de la debilidad una virtud, ¿hay voluntad pública y privada para aprovecharlo?.
Enlace: digitalnegocio.