Por desgracia, aunque no muy a menudo, hay que visitar a algún funcionario de Hacienda con el que intentar aclarar alguna situación fiscal. Generalmente, llega una propuesta de liquidación en el que rectifican alguna magnitud con su correspondiente coste económico.
Reconozcamos que en el 90% de los casos tienen razón o, al menos, es difícil quitársela aunque no es el primer caso que, tras obligarte a ir al Tribunal Económico-Administrativo, resulta que no era tan claro como lo pintaban en las dependencias del fisco.
Otra cuestión es el trato personal que algunos funcionarios, y en esto no se puede generalizar entre presonas ni entre sexos, le dispensan a uno. En el mejor de los casos suele ser frío y distante, como diciendo «búsquese usted la vida» que nosotros hemos hecho nuestro trabajo, sucio por otra parte. En otras circunstancias puede llegar a ser desagradable y maleducado, sin atender a razones o tan siquiera poder exponer los criterios, equivocados o no, que han concurrido en la situación.
Lo malo es que quien te atiende en este trámite también debe juzgarlo por lo que es peligroso caer en la tentación de decirle a la cara lo que se piensa de él o ella y de su actuación o capacidad profesional. Estas personas debieran saber en primer lugar que tienen enfrente a otro igual que puede desconocer o malinterpretar las normas fiscales, siempre tan difusas como para permitir algún atropello, y al que se debe tratar con respeto y educación.
Pero es que además desconocen la Ley de Procedimiento Administrativo que habla de la necesidad de tratar al administrado de manera decorosa y de ayudarle a cumplir con sus obligaciones de la mejor manera posible. Si no conocen o no saben aplicar este concepto tan básico, qué se puede esperar de sus actuaciones habituales.
Seguro que todos tenemos experiencias de lo más variado ante los funcionarios de Hacienda y no estaría mal irlas contando. Por lo menos que se sepa.