Hay que ser un poco ingenuo para creer que en la realidad los precios se generan en los mercados por la mera interacción de la oferta y la demanda en situación de competencia perfecta. Eso sucede en la teoría, en los bonitos cuentos de economía dónde el bueno gana. Lo cierto es que hay muchos factores que se mezclan con el juego puro y duro del mercado como la información asimétrica o privilegiada, las prácticas monopolísticas o la no adecuada ergo insuficiente regulación y supervisión.
Uno de esos factores que distorsionan el buen funcionamiento de los mercados son los especuladores por lo que no entiendo la defensa que de ellos hacen quienes a su vez postulan a favor de la libre competencia. Los defensores de la especulación (¿o sólo defienden a algunos especuladores?) sostienen que corrigen los desequilibrios entre oferta y demanda pero creo que no consideran que son ellos los que producen o aprovechan fallas sistemáticas para colarse y ganar sin arriesgar.
De esto sabían muy bien los romanos (prometí hablar de ellos en mi anterior post) y tenían intervenidos varios mercados esenciales como el de la harina y el opio. El Imperio Romano fue bastante fuerte, extenso y longevo que no cayó precisamente por la regulación excesiva sino más bien al contrario.
Los romanos sabían la enorme importancia del pan en la dieta de la época y no dudaron en intervenir para evitar tumultos. También hoy se producen revueltas por culpa de los alimentos pero no se hacen en la capital del Imperio sino en la periferia de la pobreza. Será por eso que se hace bien poco.
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