Me doy cuenta, sin tener ya una tierna edad, que este país está deseando que ocurra lo que sea para poder verter ríos de tinta y consideraciones sobre ello. Da igual si se trata de un cantante de medio pelo borracho en una travesía hasta las Islas Vírgenes o un incidente entre diplomático y personal en una Cumbre Internacional. Ya sabéis a lo que me refiero. Será que como decía Clint Eastwood, «las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno». Como ahora me encuentro sentado sobre ella, yo también voy a dar mi opinión intentando, eso sí, desdramatizar.
Porque lo cierto es que cuando algo puede ir mal suele ir peor adoptando a su manera la teoría del caos que, paradójicamente, explica por qué el universo mantiene el orden tendiendo a desordenarse. En medio del problema no falta quien aprovecha para echar leña al fuego o quien sostiene, por contra, que es mejor la prudencia para no perjudicar a las empresas españolas presentes en Venezuela. Vamos a hacer predisiones.
En primer lugar, las denominadas empresas españolas dejaron de ser tales cuando abandonaron el régimen de monopolio interior en el que vivían. El capital no conoce de patrias y estas entidades están en manos no de un país sino de sus inversores y accionistas. Y ni eso, porque la enorme mayoría de los que poseen sus acciones no tienen ni voz ni voto efectivo para decidir el rumbo de su propiedad. Por tanto, el problema caso de suscitarse queda mitigado en cuanto que, además, a estas multinacionales no le faltarán incentivos en otro sitio como para perder negocio y beneficios con los que revertir a sus accionistas y cumplir con las jugosas stock-options que cobrarán, más pronto que tarde, sus consejeros y altos directivos. Añadamos, aparte, que la «inversión española» en Venezuela supone apenas el 0,1% del total mundial con origen en entidades de matriz española.
Lo cual no quiere decir que no haya que luchar por ello frente a tanto derrotista que es partidario de plegar velas y buscar nuevos mercados. Si así se hiciera o propiciara también se acabaría perdiendo influencia y este factor, en los negocios, vale tanto como el talento, las ganas, las buenas ideas y un plan de negocio adecuado todo junto y a la vez. Los buenos tratos se cierran en circunstancias subjetivas y no en otras frías y asépticas por mucho que pensemos lo contrario o así nos lo quieran vender.
Así es que cabeza serena y menos mandangas, las palabras no hieren, sólo los actos. Cuando éstos se produzcan entonces será momento de tomar determinaciones. Por el momento sigamos entretenidos.