La parte más fácil de la valoración de una estrella del fútbol es el valor que éste aporta directamente al club cuando le ficha ya sea por la cantidad de traspaso solamente o sumando el añadido publicitario y de merchandising que puede aportar. Los últimos avatares de Beckham han puesto sobre la mesa aspectos de este tipo.
Sin embargo, hay otras apreciaciones que hacer teniendo al club madrileño como ejemplo perfecto de mala práctica empresarial debido a las urgencias. Cuando en una organización la cúpula directiva delega en un profesional una determinada parcela nunca debe dejar de lado la perspectiva general pues acabará pagando por ello. En este caso, los malos resultados deportivos y un diágnostico quizá acertado a corto plazo pero erróneo a largo han dejado la responsabilidad absoluta de la parcela deportiva en manos del entrenador sin que a la vez se advirtieran las consecuencias. Éste ha optado por sus intereses e ideas sin contar con muros que contengan las desmedidas si éstas se producen.
Y al mismo tiempo los dirigentes han lanzado mensajes negativos que han degradado su propio producto, en la figura de Ronaldo por ejemplo, haciendo menos viable la consecución de ingresos por su traspaso.
En los negocios, y el fútbol lo es, hay que mantener una buena política informativa que permita mantener los rendimientos invisibles. Quizá si al entrenador madridista cuando se le destituya, cosa muy habitual en el balompié, se le calculase su liquidación restándole lo que el club deja de percibir por sus prácticas a éste le importase más mantener el valor de lo que maneja.
Pero para eso hace falta que los máximos responsables hayan antes mantenido una actitud coherente. El valor fluye de arriba a abajo y viceversa.