La globalización de la economía mundial ha alcanzado niveles como no lo había hecho en toda la historia humana. En muchos aspectos, considero que estamos ahora mismo en un mercado global único al que no vamos a renunciar, ni siquiera por efecto de la recesión económica que nos azota.
Llegamos hasta aquí y seguiremos instalados en esta tendencia que ha hecho grandes a algunas naciones y ha colocado en los mapas a muchas empresas. Aún, las que sólo eran marcas locales media generación atrás.
Y es que, en lo mejor del proceso de globalización hace una década, los flujos comerciales globales crecieron a razón de una vez y media por año y los de capitales lo hicieron nada menos que al doble.
La entrada de China o de India como grandes actores económicos mundial, el aumento y la mejora de las capacidades de las tecnologías de la comunicación o la caída de los aranceles obraron el milagro de una globalización real.
Algo, a lo que no fue ajeno tampoco el hecho de que, en las dos últimas décadas, se firmaran no menos de 200 tratados de libre comercio entre naciones de los cinco continentes.
La primera reacción instintiva de los políticos para defenderse, ahora mismo, de los efectos catastróficos de la recesión ante sus electorados descontentos, tal vez sea volver a ciertas formas de proteccionismo.
Cerrar el paso a productos extranjeros que generen las pérdidas en los mercados propios, que aumenten los desempleos locales y la desaparición de las empresas de sus espacios económicos.
Tal vez esa reacción pueda retrasar la recuperación económica, en la medida que es un paso atrás en la tendencia de la globalización, pero no creo que se llegue, como he dicho, a abandonar la senda marcada por el ideal productivo de una economía global. No hay vuelta atrás.
Creo que una reforma de los mecanismos que gobiernan los flujos de capitales y los sistemas financieros evitará el desarrollo de nuevas actividades de riesgo.
Pero espero que no hasta el punto de crear sistemas financieros incompatibles que ahoguen la innovación que aceleró precisamente la efervescencia de los créditos fáciles de la primera economía globalizada.
Las empresas necesitan una vuelta a un mercado global seguro, con reglas claras y transparentes, al servicio del desarrollo y no de la especulación. En esas claves habrá de moverse la globalización que surja de esta recesión también global.