Ahora que gracias a la subida de los tipos de interés una hipoteca supone el desembolso de más del 33% del ingreso familiar, El País en su versión online solicitó a sus lectores que contarán sus experiencias sobre la crisis inmobiliaria: de cómo se vive la desaceleración en el día a día.
Los testimonios son diversos. Desde una mujer que se negó a comprar pisos evidentemente sobrevalorados (y que ahora resultan sombriamente más baratos de lo que sus compradores pagan por ellos), y asegura que le sorprende cómo fue que «todos dejaran que se hiciera la bola, burbuja o pelotazo tan grande«.
También está el hombre, con familia monoparental, cuyo sueldo ya no alcanza para pagar sus deudas y vive bajo la espada de Dámocles frente a la apatía y desínteres oficial: «la Junta de Andalucía no me permite descalificar mi vivienda para poder reunificar dichas deudas. La ayuda del gobierno andaluz es pura propaganda y con nula sensibilidad social».
Y, finalmente, está el que se hace las mismas preguntas que todos nos hacemos: ¿por qué, si por definición, una hipoteca es un préstamo donde la casa a comprar es la garantía, los bancos pueden embargar los sueldos de los deudores? ¿Por qué orillaron a esta situación concediendo créditos a quienes no podían pagarlos?
Sabemos el porque, pero no lo seguimos preguntando…