Las empresas españolas se han consolidado en el exterior como referencias en el campo de la ingeniería, las finanzas, las comunicaciones o el transporte. La forma en la que sus directivos conducen los proyectos es la manera con la que entendemos la vida, la actividad laboral y pública en este país.
Los gestores de proyectos españoles en el exterior han abierto el campo de nuestra economía, pero no dejan de ser y comportarse de acuerdo a una idiosincracia que choca con los directivos con los que han de tratar.
El directivo español es genuino, es único, para bien o para mal. Somos así, nuestra identidad viene de serie en el chasis.
Así, es frecuente y chocante, que una empresa española que firma un contrato internacional con una entidad pública o con otras firmas para acometer un proyecto en común puede pedir modificar la forma en la que se va a llevar adelante el trabajo al día siguiente de estampar la rúbrica en el documento.
Unos llaman a éso flexibilidad, desde la óptica de las empresas anglosajonas, a éso se le llama modificar el contrato o proponer un incumplimiento de acuerdo.
Vamos con más. Las dificultades que surgen en los proyectos entre las partes suele ser abordada por los gestores de los proyectos españoles en el extranjeros como cuestiones personales, cuando para un homólogo estadounidense, alemán o británico, no deja de ser algo que tiene que ver con el proyecto en sí, no con las personas. Para los técnicos españoles, siempre será una cuestión personal.
Uno de los inconvenientes que también plantean los gestores de proyectos con la intermediación española es su concepto del tiempo. Para otras culturas, como la norteamericana el tiempo es vital. Los proyectos se trabajan teniendo en cuenta el rendimiento entre el tiempo invertido y los resultados.
En el caso de los directivos españoles que operan en el exterior, el tiempo no es una prioridad, en sí mismo. Por lo menos, tanto como para los anglosajones y los europeos del norte.
Las reuniones de trabajo no son tanto para cotejar el rendimiento de los medios empleados, como para evaluar otros aspectos fuera del contexto.
En el caso de los españoles, las reuniones tienden a a adquirir un perfil social que beneficia el ambiente de trabajo, algo que está fuera de la lógica de los directivos de culturas más resultadistas. Somos así.
La identidad profesional de los directivos españoles viene de serie.