La suspensión de la patente de un medicamento contra el sida por parte del gobierno brasileño ha levantado ampollas en la industria farmacéutica por cuanto de pérdida de negocio le puede acarrear. Aunque este poderoso lobby mundial argumente que medidas de este tipo frenan la investigación al eliminar el aliciente, económico, que pudiera moverles.
Sin embargo, vayamos a la raíz del problema y que se sustenta en una doble base: los medicamentos son caros y además estas empresas aplican precios diferentes dependiendo de los países. Que un producto tenga un precio determinado depende de muchos factores y seguramente en este caso donde se necesitan enormes medios materiales y personales, estén relativamente justificados.
Otra cuestión es el sistema de patentes que más que proteger e incentivar la investigación y la inventiva, lo que hacen es cortar la posibilidad de encontrar alternativas más baratas, los llamados genéricos, e igualmente eficaces.
Respecto al segundo aspecto nos encontramos ante lo que muchos llaman «dumping social«, es decir, segmentar el precio de acuerdo a las condiciones socioeconómicas de diferentes mercados, de tal modo que lo que en Brasil cuesta 1,65, en Tailandia puede adquirirse por 0,65. Esta práctica, que puede ser positiva en muchos casos, carece de fundamento cuando se juega con la salud de los ciudadanos y estamos hablando de pandemias que asolan a países enteros.
No es lo mismo vender coches que fármacos.
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