Nadie debería sorprenderse de que se afirme que la entrada de las firmas de capital privado en una empresa suele suponer un recorte de gastos empezando por el eslabón más débil: el empleo. Es, por otra parte, una de las soluciones más fáciles de tomar y vistas las cantidades que se mueven en estas operaciones, poner en la calle a una parte importante de la plantilla tampoco distorsiona los planes de inversión previsto. Eliminando personal no sólo se reducen pasivos a corto plazo sino que se quiere dotar de flexibilidad a la compañía adquirida al tiempo que se revierte la inversión muy rápidamente. Sin embargo, lo difícil sería lograrlo sin despidos y re-estructuraciones salariales. La clave proviene de considerar al capital humano como una inversión y no como un gasto pero en ciertos niveles eso es imposible de inculcar.
Lo cierto es que las grandes fusiones traen como consecuencia y corolario una serie de costes en términos no sólo laborales sino también humanos muy importantes. A menudo complementados por decisiones de traslado de inversiones entre áreas geográficas, es decir, deslocalizaciones.
A su vez, que nadie piense que este asunto afecta a unas pocas empresas más o menos rentables, grandes o insertadas en determinados sectores. En cinco años se cuentifican en 10.000 las compañías intervenidas por las empresas de capital privado (1.400 en seis meses este año). Casi nada.
Por último, me gustaría ponerme en el pellejo de quienes se quedan en la entidad tras los recortes. ¿Qué pensamiento cruzará por sus mentes?. ¿Se sentirán aliviados, estimulados para dar todo de sí no vaya a ser que la próxima vez se acuerden de él o ella?. ¿Ajustarán su rendimiento a las espectativas de permanencia o ascenso?. ¿Decidirán en función de ese dicho popular de que «para lo que me queda en el convento…»?.
Que cada cual lo complete como quiera.