Las pequeñas y medianas empresas españolas viven con la vista puesta en un espejismo que les impide desarrollar sus capacidades adecuadamente y avanzar en la consolidación o en la ampliación de sus negocios. Ese espejismo tiene un nombre y se llama miedo al riesgo de la innovación.
Una percepción de los riesgos en el cambio que supone innovar que dice mucho de la cultura empresarial y hasta de la idiosincracia del pensamiento del gestor medio de la pequeña y mediana empresa de este país.
Falla el acceso a los medios tecnológicos que pongan a las empresas en situación de innovar, fallan las relaciones de colaboración entre las empresas para alcanzar los mismos fines con riesgos divididos, falla el conocimiento de los modelos de financiación que permitan acceder a los medios que capaciten para innovar.
Todo se reduce, desde mi punto de vista, a una sola expresión que condensa esta falta de atrevimiento: No se innova porque se ve más como una dificultad que como una ventaja. Una ventaja a largo plazo que no tiene rendimiento económico cercano. Se prima obtener beneficio en un corto plazo de tiempo, a hacer inversiones para recoger rendimientos en el futuro y de forma indirecta.
Pero también es verdad que no hay información clara sobre las posibilidades, ni fluye de la manera más adecuada. A veces, ni siquiera de la forma más racional posible.
Innovar no sólo es comprar maquinaria que automatice las rutinas del trabajo y haga más rentables cada uno de los puestos.
Innovar es también racionalizar las estructuras productivas, aprovecharse de sistemas de financiación alternativos o gestionar los stocks de una manera diferente. Innovar es capacitarse para conocer más de lo que se sabe y de lo que se hace desde los puestos de dirección.
Las rutinas y la tradición lastran la innovación. El autismo empresarial conduce en este país a la ausencia de innovación en las pequeñas y medianas empresas.