Empiezo a tener más una edad para dar consejos que para recibirlos pero no dejo de prestar atención a cuantas ideas o propuestas corren por la red en cualquier formato. Eso sí, con el escepticismo propio de quien sabe que uno aprende, sobre todo, a base de equivocarse. Por eso considero útiles, moderadamente, las experiencias ajenas y las teorías de quien desde una posición ya triunfadora hace públicos sus pensamientos. Como amante de la literatura quizá me gustaría más leer a quien lo tuvo todo y ahora es un vagabundo, pero son inclinaciones personales.
A la puesta en escena de las experiencias y consejos personales se están uniendo programas que ayudan, además, a gestionar las finanzas personales configurándose como herramientas sencillas y clarificadoras.
Sin embargo, la «calidad» financiera reside sobre todo en la cabeza, es decir, hace falta tener autocontrol, disciplina, visión de presente y futuro así como capacidad de análisis para mantener a raya las pulsiones tendentes al consumismo excesivo o a un espartanismo innecesario. Y es que hay muchas personas que disponiendo de un buen caudal de ingresos son incapaces, por contra, de construir un patrimonio sólido más allá de su propia vivienda y algunas inversiones dispersas o mediatizadas por pensamientos coroplacistas.
Por eso me pregunto si en la época de los entrenadores personales (plano de salud física), los «personal shopper» o los programas televisivos destinados a ayudar tanto en la educación de hijos pequeños o adolescentes como a elaborar una dieta algo saludable, no tiene cabida la figura de un entrenador personal de finanzas, no un gestor, que analice, mentalice y ayude a cambiar tendencias, malos hábitos o decisiones erróneas.
Aunque, sobre todo, que no nos amargue la vida sino que nos ayude a sobrellevarla.