En los últimos meses, parece como si “los mercados” fueran unos hijos mimados y consentidos, a los que sistemáticamente se les da todo lo que piden, por miedo a que monten una pataleta, dejen de querernos o simplemente se enfaden.
Cualquier padre desea el bien de su hijo y hace lo posible para que sea feliz. Así mismo, un buen funcionamiento de los mercados, contribuye al crecimiento económico. En ambos casos resulta lógico tratar de favorecer tanto a hijos como a mercados, incluso realizando importantes esfuerzos personales.
Pero lo que no tiene sentido es que esto degenere, de tal forma, que quien manda no es quién debería (padres o gobiernos), aquí los que mandan son los hijos y los mercados. Además lo hacen con total descaro y abusando de las flaquezas y miedos de padres y mercados.
Los mercados han sido unos niños consentidos durante unos años, se les permitía casi todo y no se les controlaba demasiado, en aras de su libertad y desarrollo personal. Lo cierto es que estos niños abusaban bastante de esas libertades, pero como eran tan pequeños y nos daban tanta alegría y felicidad, a los padres no nos importaba ser condescendientes con ellos.
Pero los mercados han llegado a la adolescencia y han comenzado a plantearnos problemas realmente graves: su rendimiento escolar ha bajado y hemos detectado que comienzan a coquetear con las drogas. En términos económicos estos problemas se corresponderían con todos los que han causado la crisis actual.
Posiblemente la causa de estos problemas sea el haberlos consentido tanto durante tantos años, pero como buenos padres, hemos puesto todos los medios necesarios para solventar sus errores y los nuestros. Les hemos puesto un profesor particular y un psicólogo, que nos han costado bastante dinero.
A pesar de esto, el niño no solo no se acaba de recuperar, sino que además sigue con su conducta desafiante y anárquica. No deja de pedir cosas y nosotros, seguimos dándoselas, cuando ha demostrado no merecer nuestra confianza.
No hemos cambiado las normas en casa, ni le hemos hecho cambiar su conducta. Además tenemos miedo de que siga con sus adicciones y malas conductas y el niño lo sabe, por eso abusa cada vez más de nuestra buena voluntad.
Hemos llegado a una situación en la que, no nos atrevemos a enfrentarnos al niño, a decirle alguna vez “No”, a ponerle las cosas claras y olvidarnos por un momento del amor que sentimos por él.
Quizás deberíamos plantarnos, negarle lo que pide si no es razonable, explicarle que los que mandamos somos nosotros o propinarles un buen azote, aunque nos duela.