Pringles: el amor a la marca no conoce límites

pringlesAntes de que el mercado se convirtiera en la jungla que es, hubo un tiempo en que antes que ladrillo y petroleo, cotizaban productos, y antes que productos, las compañías se esforzaban por crear marcas: sabores, colores, olores, metáforas domésticas… Hubo un tiempo en que el prestigio se alcanzaba potenciando el producto. Y no hubo ningún (y repetimos ningún) producto dorado de esa inocente etapa que hiciera de la sofisticación algo tan divertido como las papitas Pringles.

Unas papas fritas sobriamente acomodadas, una sobre la otra, en un tubo decorado con el rostro de un tipo con grandes bigote. Si hubiese existido un Premio Nobel para los empaques de papas fritas, ahí estaba el ganador: el diseñador de este producto, el ingeniero químico Frederic J. Baur, que creó so opera magna para Procter and Gamble en 1966.

Parece que Baur era muy consciente de sus méritos y al morir la semana pasada a los 89 años, dejó muy claras instrucciones: quería ser (y fue) sepultado en uno de sus célebres empaques tubulares en el cementerio de Springfield, en su natal Cincinnati.

Desgraciadamente, no todas las cenizas cupieron en el empaque, y una parte de las cenizas tuvo que ser enterrada junto al tubo de Pringles, y otra fue reservada para el nieto de Baur.

Eso es amor a la marca.

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