La difícil gobernanza de la Unión Europea viene muy condicionada por las asimetrías de los países y como consecuencia por las diferentes necesidades y enfoques de política económica. Actualmente esta dificultad se pone de manifiesto con Francia, ya que tiene claros incumplimientos en el ámbito de las cuentas públicas.
Pero hablando en términos más generales del continente, y no país por país, durante estas últimas semanas han surgido temores sobre la posibilidad de estar asistiendo a la tercera recesión. Es cierto que llevábamos ya un tiempo con síntomas evidentes de debilitamiento fruto de la incertidumbre, como por ejemplo, caídas generalizadas de las cotizaciones de las Bolsas europeas, dificultades en la subasta de títulos del Tesoro, incremento de los tipos a largo plazo, revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico de las principales economías, disminución de las exportaciones españolas, caída de los precios del crudo ante la disminución de la demanda mundial, o dudas sobre los resultados del rescate a la economía griega. La situación económica europea desde luego no es nada buena.
De modo que las medidas de extrema disciplina y austeridad que han dominado el Viejo Continente durante este tiempo, incentivados principalmente por Alemania, no han logrado recuperar una senda de crecimiento como se esperaba. La situación es complicada, los países europeos llevan bastante tiempo en un marco de estancamiento económico. Incluso en algunos países como España, se ve agravado por otros problemas estructurales como es la altísima tasa de paro en el mercado laboral español, que no van a solucionar políticas coyunturales o de corto plazo por mucho que los gobiernos se empeñen.
Por todo ello, es probable que sea el momento de asumir por las autoridades que nos enfrentamos ante un escenario nuevo, que requiere de enfoques y planteamientos distintos para solucionar los problemas, ya que las recetas y fórmulas utilizadas hasta ahora no valen.
